lunes, 11 de septiembre de 2017

DE LA BUTIFARRA AL MIGUELITO O ¡VIVA LA COCINA NACIONALISTA!

Siempre me han puesto los pelos de punta las grandes multitudes arracimadas en torno a cualquier bandera; no lo puedo remediar. Desde muy joven he huido de los estadios, de las procesiones, de los conciertos ruidosos, de los toros y en general de todo tipo de aglomeración que supusiese masa poblada con gritos de enardecimiento, acogotamiento, soflama o arenga.
Hay muchos tipos de nacionalismo; todos incluyen, de una manera u otra, las masas, los lemas, los gritos, las banderas, las arengas y la exclusión; todos me dan repelús.
Hay nacionalismos más o menos agresivos, más o menos estúpidos, más o menos radicales: hay quien necesita un gol del equipo contrario para mostrar su cólera; hay quien necesita un asalto a la carroza de la  virgen de turno para mostrar su fe; hay quien necesita una bandera, un estandarte, una reliquia, una fiesta patronal, una pícnic de barrio, para mostrar su pertenencia a una tribu de élite... ¡qué sé yo! Para todos será ese equipo, esa bandera, ese estandarte, esa fiesta, ese pícnic, ese logotipo o esa imagen venerada, lo único, lo mejor del mundo: su pequeño mundo. Pero, claro, el mejor de los mejores. Así, el jardín de mi urbanización estará por encima del Gran Cañón o de los jardines colgantes de Babilonia y el museo del ajo de mi pueblo le dará sopas con hondas al mismísimo Moma. No habrá país, ni nación, ni patria, ni barrio, ni patrón milagroso, que nos superen en nada, en ningún otro lugar de la geografía mundial. Y todo será reducido a cánticos, a himnos, a fronteras, a pendones ondeantes. 
Los nacionalismos reducen el discurso político a las fronteras y a la superioridad frente al otro, al enconamiento visceral, a la endogamia. Y a la butifarra o al miguelito como únicos referentes culinarios. 
Cuando Hitler dijo que "el pueblo tiene que ser liberado de la confusión desesperada del internacionalismo para ser educado deliberada y sistemáticamente en el nacionalismo más fanático", sabía lo que decía. Y todos sabemos qué hizo después.

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